Mi finada madre fue la primera de una larga lista de gente que ha intentado ponerme en duda conmigo mismo. A diferencia del resto tenía mi plena confianza de ahí que en cierta medida lo logró, al menos durante los veintisiete años que me tomó (para bien o para mal) afianzar mi personalidad.
En mi niñez, en lugar de dejarme pasar mi tiempo libre en actividades afines a mi temperamento introspectivo, como leer o sumirme en mis pensamientos, me empujó a ser sociable y simpático. Me inculcó prestar atención a los demás, no sólo observar sus gestos sino además comprenderlos. Como golpe final sembró en mí un profundo culto a la amistad. Mi naturaleza sanguínea y honesta puso lo suyo; podría haber ganado tiempo, podría haber tenido éxito en lo que me hubiera propuesto, incuso podría haberme convertido en una “pieza útil” a la sociedad, de no haber sido porque mi madre me empujó fuera de mí mismo, extrapolándome, haciéndome perder así todas las inocencias posibles. Podría haberme realizado en la vida, podría haber sido feliz… En cambio conseguí el mismísimo “boleto de ida a ninguna parte”: mi conciencia.
©2011 - Walter Alejandro Iglesias