Arreglando el mundo (English)

Muchos me han acusado de “irme por las ramas”.  Doy fe de que gracias a este irme por las ramas así como “por las raíces” aprendí que intentar ver el árbol completo es indispensable dado que rara vez la causa yace en el problema, que es cuando ya no tiene solución.  También me han acusado de “pensar demasiado”.  Desde la perspectiva actual se juzga detenerse a analizar los problemas como tendencia viciosa, tanto porque a corto plazo no da beneficio o simplemente porque roba tiempo, cuando es esta dejadez justamente lo que promueve una verdadera tendencia viciosa y perjudicial a todo nivel.

Partamos de un ejemplo de “causa en el problema”, la especialización de la economía ha promovido la especialización en toda profesión, tendencia ésta que formó generaciones enteras de inteligentes idiotas, lo que los americanos llaman “expertos”.  Una vez se pierde el contexto no hay vuelta atrás, el problema ya late en sí mismo y se retro alimenta, de ahí en más el desarrollo cognitivo es artificial.  Esto es propiamente una mente ida en vicio, pensamiento enquistado que acaba estallando (metástasis) en desmedida producción de castillos en el aire, célula cancerosa de la sociedad actual.

Estos “androides extraviados de la modernidad”, como dos décadas atrás los apodé en mi primera novela, ven poco más allá de su nariz, lo que acontece fuera de su microcosmos les es ajeno.  Siguiendo los dictados de la moda, lo que excede su especialidad lo solucionan pagando al respectivo especialista (indispensable tener a mano el teléfono del especialista en limpiar culos) y lo que supuestamente saben hacer lo abordan teniendo únicamente en cuenta las variables que afectan directamente al problema que tienen enfrente, por supuesto dando prioridad al aspecto monetario.  Estos auténticos “monos con ametralladora” son los profesionales del mundo moderno.

Pero la especialización no habría afectado a la gente hasta este punto de no haber habido un condicionamiento temprano.  Lograr un individuo “adaptado a la sociedad”, característica que se ve como positiva, es criarlo en cautiverio, como animal doméstico.  Un entorno totalmente controlado y reglamentado castra en el individuo su capacidad de pensar y decidir por sí mismo, su iniciativa.  Un entorno totalmente artificial desconecta al individuo a todo nivel del contexto fundamental, nuestra Madre Naturaleza, auténtica primera responsable de la producción y mantenimiento no sólo de la lechuga y del tomate sino de todo, incluyéndonos, por ende base indiscutible de la auténtica economía antes y por encima de cualquier abstracción humana (dinero).  El oxígeno es el principal combustible de un incendio y a su vez el principal combustible de nuestro cuerpo (dicho sea de paso, nadie ve valor en respirar porque aún no hay que pagar por ello), no se puede esperar independencia, responsabilidad, madurez, verdadera conciencia, de alguien criado como un borrego.  Como resultado vemos que, para la mayoría, la vida no es más que una serie de hábitos aprendidos por imitación.  Vemos cómo individuos adultos, supuestamente en su sano juicio, no distinguen necesidad de capricho o vicio, luego defienden sus supuestos intereses de manera egocéntrica e infantil, tomando decisiones que lejos de solucionar su problema lo empeoran (deudas que contrajeron estúpidamente, engañados por el mercado y la propaganda) y por el mismo precio siguen alimentando al que les lavó el cerebro en primera instancia.

Pregunte a cualquiera por qué hace lo que hace, por qué de tal manera y principalmente por qué en tal medida, dado que, no por casualidad, es en este último aspecto donde se observa el fallo más grave.  Si se trata del medio de vida de esta persona, especialmente si tiene hijos, la excusa será Don Dinero y ahí acabará la discusión, si no arrancará vomitando disparates implicando que necesita hacerlo o que ahorra dinero haciéndolo de la manera que lo hace (rara vez cierto), finalmente se verá acorralada y recurrirá al argumento definitivo:

Pero, ¡es lo que hace todo el mundo!

Es más, si se entera de que usted no hace esto mismo en la forma y medida en que todo el mundo, correrá a denunciarlo (es probable que ya lo haya hecho indiferentemente de si discutió con ella o no), segura de ser oída en su reclamo dado que gobiernos, leyes y reglamentaciones no están para otra cosa que para sacar dinero y votos, con lo cual así el hábito en cuestión se trate de un mero vicio cuya práctica perjudica no sólo al interesado sino también a los demás, si es, repito, “lo que todo el mundo hace”, la ley estará de su parte sin lugar a dudas.

Alguien podría culpar la falta de valores, en el sentido moral.  Moral es religión aplicada.  La gente obedece al miedo no a la razón, de ahí que es necesario recurrir a la religión para modificar sus hábitos.  Luego, al ir por la vida sin auténticas metas personales no es necesario planificar (pensar demasiado), basta seguir al resto.  Sea ciencia, tecnología, arte, todo es interpretado y experimentado como religión (la ecología, por ejemplo).  Miedo es el amo.  Para cambiar hábitos de consumo por otros que impliquen menor coste de producción a las grandes compañías o simplemente reciclar hábitos para mantener a la gente produciendo y consumiendo (moviendo dinero), cabe recurrir a la religión moderna: la moda.  Y, ¿qué otra cosa es la moda más que “lo que todo el mundo hace”?

El avance tecnológico también, por sobre todo, es aplicado a la optimización de la explotación agrícologanadera.  Primero la televisión y hoy internet, son las ventanas mágicas que muestran “lo que todo el mundo hace” (lo que está de moda), más precisamente lo que desde el punto de vista del dinero conviene hacernos creer todo el mundo hace.  Así la gente es eventualmente reprogramada, actualizada a una versión optimizada de máquina de producción y consumo.

Como ejemplo ilustrativo tomemos una actividad de ocio de moda.  Donde aún “sobrevive” un poco de naturaleza (aquí en Europa sólo queda lo que llaman parques naturales que parecen naturaleza vistos desde lejos) no vemos que la gente vaya a descansar aunque sea por unas pocas horas del ruido y la polución que sufre cada día, por el contrario su única diversión en estos lugares es el motrocross o su alternativa aún más imbécil, el quad (vivo en una urbanización pegada a uno de estos parques naturales, puedo dar fe de que no estoy exagerando).  Por lo explicado hasta ahora esto es así vaya uno a la parte del mundo que vaya a excepción de donde aún no llegan los medios sin censura o donde el promedio carece de poder adquisitivo para permitirse estos gustos (si incluso mudándose a un departamento más pequeño y alimentando a sus hijos exclusivamente con comida chatarra aún no puede permitirse comprar uno de estos juguetes, así como estar en sintonía con el resto de tendencias del mundo, con la moda, es porque usted seguramente no vive en un país “desarrollado”, con una economía “saludable”).  Es más que evidente que la gente fue “programada” para consumir petroleo hasta en la última de sus actividades, cuanto más, mejor.  Si uno pregunta a estos infelices dañando el poco bosque que queda en pié con sus quad por qué lo hacen, responderán convencidos que es su “deporte favorito”, ¿cómo puede alguien estar convencido de haber elegido cuando ve a, literalmente, todo el mundo hacer exactamente lo mismo que él hace?  La capacidad de negación del ser humano no tiene límite.

Y podemos aventurarnos al análisis psicológico.  Para que el individuo ignore totalmente sus propios sentidos, su propio entendimiento y experiencia al tomar decisiones y se limite a seguir al ganado tiene que haber un fallo aún más profundo.  Una castración a nivel afectivo; el amor de su madre (constitutivo del auténtico “hogar”), el amor de sus amigos, el de su familia, el amor por su oficio…, ¿quién tiene tiempo hoy para estas cursilerías?  Un “ciudadano de provecho” no es “persona” sino un mero engranaje del sistema.  La desconexión cognitiva es antes desconexión afectiva.

Incontables veces repetí a mis seres queridos que los tres puntos importantes en toda relación son cariño, confianza y respeto; curiosamente de todos los filósofos, sociólogos y psicólogos a los que he leído al único que oí decir esto mismo fue a un famoso entrenador de perros mejicano que aparece en un programa de televisión estadounidense.  Antes, este trato tiene que practicarse hacia la propia persona, el que no se quiere, no confía en sí mismo, no se respeta a sí mismo, no saca provecho de su potencial; cuando esta falencia es grave, el individuo se vuelve autodestructivo, por ende destructivo para los que lo rodean.  La vida me enseñó esto por las malas, mi padre y mi hermano eran dos ejemplos agudos de esta pandemia que es la falta de auto estima.  No por nada en este artículo no hago más que insistir en el tema principal (y motivo) de las tres novelas que escribí.

Dicho todo esto, ¿cuál es el origen del problema, entonces?

Lo que es a mí, me pueden atar a una silla con un dispositivo en los ojos al estilo Naranja Mecánica y bombardearme con anuncios de coches durante una semana que una vez acabado el tratamiento me levanto y me monto feliz a mi bicicleta sin sentir que estoy renunciando a nada.  No es austeridad sino saber reconocer el auténtico valor de las cosas al establecer prioridades, de hecho he derrochado energía y trabajo en lo que consideré importante.  Conocí muy poca gente como yo en este sentido, no sé hasta qué punto unas pocas excepciones sirven para refutar una teoría de conspiración (también de moda hoy día), especialmente porque es obvio que a largo plazo el conspirador acaba igual de perjudicado que el resto.  Por ejemplo, ¿es la destrucción de la familia parte del plan?  La “mujer moderna”, neoyorquina, que nos vendieron en las películas y series de TV, que aún embarazada luce su traje masculino entallado, ¿es relegar la educación de sus hijos a las instituciones (y la TV, por supuesto) parte de su “emancipación”?, dicho sea de paso, ¡¿desde cuándo el que trabaja es el jefe?!  No por nada “hijo de puta” es un insulto internacional, pero tampoco con esto acorralamos el error.  Crecí en lo que en los sesenta, setenta se consideraba una familia clase media tipo, matrimonio con dos hijos viviendo en una casa en un barrio periférico, coche, TV, perro, etc.  Mi papá trabajaba en una fábrica y mi mamá era la típica ama de casa (ella daba las órdenes, por supuesto), de modo que tuve a mi madre en casa tiempo completo brindándome cariño y atención durante mi niñez y adolescencia.  Además de cariño me prodigó confianza y respeto; fue la única relación en mi vida que puedo decir satisfacía plenamente los tres aspectos importantes que antes mencioné.  Mientas que mi padre y mi hermano a su manera me brindaron cariño, fallaron notablemente en los otros dos aspectos, sin entrar en detalles basta decir que la convivencia con ellos no fue llevadera.  La cuestión que interesa ahora es, si mi madre hubiera también fallado en brindarme confianza y respeto, ¿habría afectado mi personalidad en este sentido?, ¿aprendí estos valores de ella o ya eran parte de mi temperamento?  Recordemos que mi hermano, que como vengo explicando sufría (y sufre) serios problemas de auto estima, se crió en el mismo entorno que yo, con lo cual lo único que podemos asegurar es que con el amor, el respeto y la confianza pasa como con cualquier otra aptitud, quien no está dispuesto a aprender no lo hace así sea de la mano del mejor maestro.

La causa es escurridiza, el dilema acaba siendo del tipo del huevo y la gallina, ¿es el entorno el que condiciona al individuo o viceversa?  ¿Es la pérdida de capacidad afectiva consecuencia de las condiciones que el mismo ser humano ha creado?  ¿Es la humanidad un ejemplo de “causa en el problema”, con lo cual no tiene solución?  O, ¿es la tendencia destructiva del ser humano también parte del plan de nuestra Madre Naturaleza?  Tal vez no hay un plan (¿Dios?).  Tal vez esto sea sólo un ensayo.

©2018 - Walter Alejandro Iglesias

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