Cobarde (English)

Cuando aún yo tocaba el violonchelo tenía un amigo contrabajista, un chico mucho más joven que yo, en ese entonces yo tenía treinta, él tenía veintitantos.  Un día me llevó a una reunión “budista” con otros chicos aún más jóvenes que él, organizada en la casa de uno de ellos, que tenía un living más grande que toda mi casa junta.  Fue una experiencia simpática, primero, arrodillados frente al Butsudan (altar pequeñito de madera que los Japoneses suelen tener en su hogar) rezamos el Daimoku, repitiendo una y otra vez el Nam Myōhō Renge Kyō y haciendo sonar una campanita al final de cada frase.  Una vez acabado el rezo nos sentamos en los amplios sofá e iniciaron una charla en la que repasaban las enseñanzas de su gurú, a quien más tarde conocí en una segunda reunión.  Ver a estos chicos jóvenes repasando verdades absolutas me resultó tan repulsivamente artificial que no pude con mi genio y estallé haciéndoles ver lo que no cerraba en lo que decían, intimándolos a pensar por sí mismos.  Aceptaron de buen grado mi impertinencia, incluso uno de ellos, al parecer, incluso me entendió.

Como dije, al poco tiempo me llevaron a una reunión con la gurú, a la que asistió también la madre de mi amigo contrabajista (mujer con la que era muy difícil discutir), tanto ella como la gurú rondaban los cuarenta y cinco (se me cae alguna sota, pero lo cortés no quita lo valiente), no había más gente mayor en la reunión.  La gurú se tira un rato impartiendo “verdades” a sus discípulos, que esto es así, esto es asá (seguramente tergiversaciones como todo lo que se vende en occidente tomado de la cultura oriental), y al acabar nos pregunta a todos si teníamos alguna duda.  Una de las chicas saltó con un planteo que yo había hecho en la reunión anterior, al mismo tiempo me miraba de reojo esperando que me ponga a discutir con la gurú, ésta se da cuenta de la maniobra y me pregunta si quería decir algo.  Yo negué con la cabeza, no dije ni mu.

Al salir de esta reunión mi amigo me enfrenta mirándome con decepción, ¡Ahora que tenías que hablar no hablaste!, me dice, tácitamente tratándome de cobarde, yo le expliqué que, al contrario, hablé cuando cabía hablar, los chicos jóvenes aún estaban a tiempo de aprender a andar por sí mismos, siempre y cuando arrancasen de jóvenes a hacerlo, pero a una persona adulta que ha pasado su vida aferrada a una verdad, quitársela es quitarle lo único que la sostiene, ¿qué gano o en qué ayudo a un lisiado pateándole las muletas?  ¿No sería éste el acto cobarde?

©2024 - Walter Alejandro Iglesias

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